La noche, el asombro y el Universo

Antes de entender definiciones, ecuaciones y diagramas, antes de añadir a mi vocabulario palabras como meteorito, emisión o extragaláctico, era un niño que sentía asombro por todo aquello que tuviera que ver con el cielo nocturno. Salía al patio trasero de mi casa, esas noches frescas de febrero simplemente a ver las estrellas.

Recuerdo un gran apagón ocurrido en la ciudad de Guadalajara a principios de los 90s; por lo menos para mí, aquella falla en una gran estación de distribución eléctrica muy al norte de la ciudad fue una bendición. Jamás sentí temor en medio de la ceguera momentánea, mientras mis ojos se iban adaptando a la oscuridad y mucho menos fui a buscar una linterna o una vela para iluminar. Lo primero que hice fue salir deprisa, a tientas hasta el patio de mi casa. Mientras llegaba allá pensaba en dos cosas, primero que sin duda era mi gran oportunidad para ver el cielo como nunca antes y segundo, que ojalá todas las personas pudieran salir a las calles o a su patio o a las azoteas para ver la noche como realmente es. A los 11 años, esa fue la primera vez que vi la Vía Láctea.

Orión y su cinturón eran especiales pues sus tres estrellas bien alineadas eran el heraldo de navidad y, por supuesto, los regalos. A finales de noviembre, algunas noches regresaba tarde a mi casa, después de horas de fútbol en la calle y podía ver el cinturón de Orión. Jamás imaginé que Alnitak, Alnilam y Mintaka estaban las tres a distancias muy diferentes. Era sólo una ilusión óptica y parecían estar igual de lejos.

Cuando niño, nunca tuve un telescopio y mucho de lo poco que sabía del cielo nocturno venía de unas hojas temáticas llamadas «laminas«, que vendían en papelerías o librerías. Eran la wikipedia primitiva. Me gustaba conocer nombres nuevos, nombres que jamás había escuchado como Altair, Mizar o Deneb y que después supe eran de estrellas.

En la pared de mi cuarto, junto a los póster de Michael Jordan y del Dream Team original que fue a las olimpiadas de Barcelona, estaba una lamina de las constelaciones, cuyos dibujos algo burdos, eran suficientes para comenzar a soñar con conocer más el Universo.

Podría decir que la palabra asombro describe mi sentimiento al asomarme por un telescopio y ver manchas solares, cráteres en la Luna, fases en Venus o galaxias cuya luz salió de ellas en épocas en que gigantes y extraños dinosaurios dominaban la Tierra o mucho más atrás en el tiempo. Pero creo que la sensación va más allá y roza la frontera de la experimentación porque aunque sea empíricamente encuentro que este Universo es grandioso, enorme y sorprendente. ¿Cómo no sentir que la piel se eriza cuando ves algo tan lejano como un grupo de galaxias enormes o algo tan cercano como la descomunal explosión de una estrella hace casi mil años en la constelación de Tauro y que fue registrada por hombres de esa época?

Además, no concibo el placer de ver el cosmos sin transmitirle a los demás mi emoción, mi asombro. No puedo dejar de invitar al primero que pase por ahí a que se asome, a que trate de imaginar y pensar, que por primera vez en su vida se encuentra cara a cara con el pasado y presente del cosmos.

Hace tiempo, durante una observación astronómica en un pueblo de Michoacán, dentro de la fila de gente para ver por el telescopio, estaba una señora de edad avanzada, iba del brazo de un adolescente, supongo su nieto. La señora caminaba lento y todo el tiempo mantuvo la cabeza media baja. Estaba seguro que nunca en su vida había visto a través de un telescopio. Traté de ponerme un segundo en su lugar y pensé, qué sentiría yo si por primera vez observara la Luna con un detalle tal que me permitiera desentrañar su superficie. Llegó el turno de la señora, le di instrucciones de qué hacer y poco a poco fue tratando de encontrar el lugar preciso para ver nuestro satélite por el ocular. Después de un instante, le pregunte si veía algo y solo respondió sí. Continuó observando por algunos segundos más y me preguntó: ¿la Luna tiene hoyos?, a lo que respondí sí.

Entonces, pensé que tendría que explicarle que esos hoyos eran producto de violentos impactos de meteoritos enormes, ocurridos hace tanto tiempo que ni el mismo hombre había surgido todavía, que la fuerza del impacto en la superficie había levantado material lunar alrededor, produciendo círculos con bordes altos y que muchos de ellos eran tan profundos como un edificio, etc.

Pronto entendí que no era necesario abundar más, ni explicar nada más. Era suficiente haber mostrado a aquella señora que la Luna no es tersa ni lisa, sino que está llena de cráteres. Eso era suficiente. Ella terminó de ver por el telescopio, me dio las gracias y añadió: «si ustedes no hubieran venido aquí con sus aparatos, me hubiera muerto sin saber que la Luna tiene hoyos.»

Actividades como esta son lo que hacen muchos hombres, mujeres y jóvenes alrededor de México y el mundo: por el solo placer de compartir su asombro, llevan a miles de personas la oportunidad de ver el cosmos -en algunos casos por primera vez en su vida- a través de un telescopio. Ellos nos hablan, nos explican, nos invitan, divulgan, atraen, enganchan, nos ayudan, nos muestran, nos presumen sus aparatos, nos acompañan.

Los grandes divulgadores de la astronomía, los astrónomos aficionados nos acercan precisamente a uno de los espectáculos más bellos, increíbles y asombrosos que tiene este Universo: la noche y sus objetos celestes.

A los miembros de la Sociedad Astronómica del Planetario Alfa por su atenta invitación a la RNAA y a los miembros de la Sociedad Astronómica Guadalajara, donde todo esto empezó.

1 comentario en “La noche, el asombro y el Universo

  1. 😉 Tercer intento, me uno al agradecimiento que me deja sin palabras ante tanta elocuencia. Gracias a todos en la SAPA, excelentes anfitriones. Y gracias a Vicente por compartir su universo interior al describir el cosmos.

    Gloria

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